Cuando pensamos en este importante factor, lo que se pone en jaque es nuestra propia forma de alimentarnos. Por eso, es necesario empezar por ver cómo comemos nosotros.

La alimentación complementaria no es solo meterse comida en la boca, sino que es un proceso psicoafectivo que se construye en relación a y con otros. Ningún bebé come solo, es decir, en soledad. Un bebé se gestiona la comida por sí mismo desde el momento en que nace, pero lo hace sobre el cuerpo de su madre o de su cuidador primario.

Nacemos con toda la capacidad biológica de arrastrarnos hasta el pezón materno y poder realizar, sin intervención, la primera prendida al pecho. Si un bebé recién nacido tiene esta capacidad, un bebé de seis meses es ya un experto en comer y su cuerpo está perfectamente preparado para realizar esta transición. Entonces, una cosa es la comensalidad y otra muy distinta es la capacidad que tenemos los seres humanos (desde el nacimiento) de alimentarnos por nosotros mismos.

Como muchos de los escenarios de la crianza, los adultos no tenemos que “hacer” los procesos sino preparar el ambiente, observar y acompañar. Los transformaciones no son sin los sujetos singulares que los atraviesan y se desarrollan en relación con las características de cada binomio, cada familia.

La alimentación tiene un importante componente psicosocial. De hecho, ningún adulto disfruta la comida en soledad, y cuando estamos solos comemos menos, mal y rápido. Comer es un acto social. No podemos pensar la alimentación separada de los cuidados cotidianos y el amor, puesto que el alimento es la herramienta biológica del vínculo afectivo. 

Al igual que durante la lactancia, cuando comemos seguimos segregando oxitocina, la hormona del amor, de la filiación y de la confianza. El interior del cuerpo es estimulado mientras comemos; el pasaje del bolo alimenticio provoca un masaje interno que implica la liberación de oxitocina al igual que la saciedad causa bienestar y placer, favoreciendo la digestión del alimento y el almacenamiento de los nutrientes.

Comer con otros crea comunidad, nos reúne como familia, crea trascendencia, imprime recuerdos sensoriales y corticales imborrables. Por esto, es vital que durante la comida tengamos la atención y la conciencia plena en esa acción, sin distracciones, estímulos externos ni pantallas. Cuando el niño tiene registro de lo que sucede en el acto de comer, internaliza las sensaciones, construye experiencia, y desarrolla los sentidos propioceptivamente. 

Lo que desplegamos los padres y las madres en la mesa, es decir, si conversamos, si compartimos (o no), si la tele está encendida, si miramos el celular, etc., será lo que nuestros hijos internalicen, aun si ellos todavía no se sientan a la mesa (por ejemplo, durante la etapa deambulatoria). El abordaje de la alimentación es familiar y se trata del sostenimiento de una ingesta saludable desde el punto de vista nutricional, social y afectivo.

Hasta no hace mucho, cuando pensábamos en los primeros alimentos que les íbamos a ofrecer a nuestros hijos, era común que aparecieran entre nuestras ideas las opciones que ofrece el mercado y que también son frecuentes en las listas de muchos y muchas profesionales de la salud. Hoy estas conductas persisten, quizás con menor penetración, pero lo que ha cambiado es la cantidad de mujeres y familias que comienzan a cuestionar y cuestionarse la forma en que nos alimentamos.

Abogamos porque el consumo de ultraprocesados (bebidas saborizadas, galletitas, purés y papillas envasadas, yogures, gelatinas, cereales procesados, salchichas, etc.) sea cero, pero no desconocemos que el cansancio puede ser extremo, que el tiempo puede ser escaso y que cocinar puede ser una tarea muy demandante, por ello la idea es proponer caminos, puntos de encuentro para que un tipo de alimentación inadecuada no se transforme en la regla.

No tiene sentido preservar al niño/a del consumo de ultraprocesados, azúcar, sal, gaseosas, golosinas, durante el primer año de vida, si estas conductas son moneda corriente en la familia, ya que no podrá sostenerse en el tiempo ni ser un modo de vida. Sin fundamentalismos, el niño podrá consumirlos ocasionalmente, pero para ello es mucho más importante lo que ven que lo que se les dice. 

Cuando pensamos en la alimentación de nuestros hijos lo que se pone en jaque es nuestra propia forma de alimentarnos. Empecemos por ver cómo comemos nosotros y se caerá la idea sacrificial hacia nuestros hijos (tampoco los sacrificios se sostienen en el tiempo), qué alimentación queremos y podemos tener para sostenerla en el tiempo”.

Los invitamos a seguir leyendo sobre alimentación complementaria y otros aspectos de los cuidados y la crianza de nuestros hijos en “Todo lo que le pasa a tu bebé no tiene que ver con vos”.

Colaboración realizada por Lucrecia Parreño (Médica pediatra) @lucrepediatra y Paula Díaz de Arcaya (Socióloga y puericultora) @paulapuericultora, autoras del libro “Todo lo que le pasa a tu bebé no tiene que ver con vos” de Ed. Dunken

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