Gael es un bebé que nació con solo 27 semanas de gestación y por eso se lo considera “prematura extremo”. Sobre la garra que puso para recuperarse en Neonatología hablamos con Moira, su orgullosa mamá.
Moira es docente y hace trece años que comparte su vida con Antonio. De esa historia de amor nació Gael. Ante los primeros síntomas, la doctora que la atendía pensó que era estrés, que había aumentado de peso por la pandemia… Todas situaciones posibles menos la que era: estaba embarazada. La felicidad, la alegría por la noticia vino acompañada con un pero: su edad, 41 años y sus problemas de presión.
El embarazo transcurría bien y muy controlado. Por su presión alta, los controles eran permanentes. “Venía todo normal, pero en 48 horas se desencadenó un cuadro de preeclampsia. Entré en guardia con una insuficiencia cardiorrespiratoria. Los médicos dijeron que había que realizar una cesárea de urgencia porque ‘se perdían a los dos’”, recuerda de ese momento.
La noticia fue un cimbronazo. El embarazo cursaba apenas su sexto mes. Moira pasó de estar bien, sin malestares, con la presión controlada a encontrarse con ocho médicos alrededor donde todos emitían opiniones diferentes pero coincidían en no poder creer como en cuarenta y ocho horas se había desestabilizado tanto su salud. “Fue un momento muy difícil, sobre todo cuando los médicos me dijeron que me iban a priorizar. Les respondí que no, que a los dos o a él”. Los doctores la escucharon, pero le dijeron que debían priorizar la vida de la mamá. “Fue lo más difícil que me tocó pasar”, recuerda.
Entró al quirófano, se realizó la cesárea y llegó Gael. Ella recuerda el momento exacto que nació, las 11.46. Apenas pudo verlo unos segundos. Lo escuchó llorar y rápido se lo llevaron a Neonatología. Con apenas 27 semanas de gestación y 915 gramos se lo consideraba un “prematura extremo”. Comenzaba un camino que duraría 73 días. El pronóstico era reservado. “Es muy chiquito”, explicaban los médicos ante las preguntas de Moira. Gael nació un sábado al mediodía, Moira lo pudo volver a ver el domingo a la tarde. En un gesto que todavía agradece, las enfermeras le mandaron al celular un video con sus primeras horas.
La primera vez que tuvo al bebé en sus brazos fue difícil. “Sentí miedo, mucho miedo”, rememora y todavía se emociona, “uno se preguntaba distintas cosas, hoy es todo felicidad, pero no fue fácil”.
Volver a casa sin su hijo fue el momento más complicado. “Gael siempre fue un bebé muy tranquilo, pero la noche que me dieron de alta lloraba desconsolado. Le preguntaba al médico ¿qué tiene qué le pasa? Ellos me tranquilizaban ‘es un artista, se da cuenta que te vas’”. Para que se fuera sin temor le propusieron que llamara a Neo cuando quisiera. Lo hizo a medianoche y recibió una respuesta que la alivió: su bebé dormía plácidamente. Todo estaba bien.
Mientras Moira terminaba de recuperarse, Gael seguía en Neo. No era sencillo estar separados, pero había una certeza: el bebé todavía no estaba preparado para vivir en su casa. “Hoy no tengo más que palabras de agradecimiento para los médicos y enfermeras, esos ángeles que lo cuidaron todo el tiempo y como si fuera su propio hijo”.
Los primeros días en Neo fueron muy distintos a los que uno imagina o ve en películas. Por cada movimiento que realizaba debía lavar sus manos con alcohol. “Llegué a tenerlas en carne viva por higienizarlas cada vez que me acercaba o quería tocarlo. Fue una rutina permanente que hoy ya tengo incorporada”.
En un contexto de pandemia, las visitas se restringieron. Solo los papás tenían permitido el acceso y tampoco podían hacerlo juntos. Sin embargo, no estaban solos. Con los otros papás que atravesaban situaciones parecidas se apoyaban mutuamente, tanto que iniciaron un chat que todavía sigue activo. “Se formó lo que llamamos ‘la familia de Neo’, gente que pasa por lo mismo que pasa uno y en la que uno se puede apoyar porque dimensionan lo que estábamos viviendo”.
Día a día, Gael evolucionaba. “Que aumentara cinco gramos ya era un festejo o cuando nos decían que tomaba cinco mililitros más de leche, cada avance era un mundo”. Moira descubrió que su bebé y los bebés que lo acompañaban eran guerreros y cuenta una experiencia que lo justifica. “Tenía un mes, pesaba un kilo y medio y lo operaron de una retinopatía. Nosotros quizá nos ponemos miles de peros y ellos tan chiquitos pasan por tantas cosas, tantos pinchazos y situaciones que uno ni se imaginaría y las superan”.
Antes del alta definitiva, los médicos los fueron preparando. Hicieron un curso de RCP, les dieron distintas rutinas e instrucciones. “Pasamos tanto tiempo en Neo, que no nos queríamos ir, teníamos miedo”. Noelia pensaba “él está conectado a un sensor que en casa no voy a tener”, pero las enfermeras la tranquilizaban y le aseguraban que ya estaba preparada porque “ya conocés a tu bebé y sabés si le pasa algo. No es solo el censor”.
“Hoy para mí ser mamá es mi prioridad. Gael me enseñó un montón de cosas. Me cambió la visión del mundo. Antes me preocupaba por cosas que no tenía sentido, pero después de él todo es chiquito. Nos pasamos quejándonos de un montón de cosa, pero luego de haber vivido esta experiencia no me importa nada más que la vida de mi hijo”, asegura Moira y sigue “Gael es un guerrero, nació peleando y así lo va a hacer siempre. No puedo definirlo de otra forma más que esta: Gael es un guerrero de la vida”.