Julieta Lombardo es la mamá de Eva y Theo. Cuando esperaba a su bebé le dijeron que tenía una malformación en su corazón. Esta es su historia.

Julieta tiene 31 años está casada con Claudio hace tres y en pareja hace siete. Se conocieron de chicos, pero después ella se fue a vivir a Estados Unidos, en una de sus vueltas, él la invitó a salir “y no me volví más”, recuerda. El amor fue tan profundo como veloz. A las dos semanas convivían y a los tres meses buscaron ser papás. Llegó Eva. “Fue buscada con mucho amor y vino muy rápido. Estábamos muy contentos”. El embarazo transcurrió sin problemas, lo mismo que el parto. Eva nació y dos días después ya estaban instalados en la casa.

La vida siguió, el amor se consolidó aún más y luego de cuatro año, Julieta y Claudio se casaron. En la luna de miel decidieron que querían volver a ser papás y empezaron a buscar a Theo que tardó un poco más en llegar. “Estuvimos un año y tres meses. Se hizo desear”. 

Julieta estaba muy ansiosa, llegó a realizar hasta tres test caseros de embarazos por mes. El día que uno le indicó que estaba embarazada la emoción fue gigante. Embarazada de cuatro semanas, todo iba bien. A la octava semana se realizó las primera ecografía, los exámenes de rutina siguieron sin señales de alarma. En la semana veinte les indicaron realizar es estudio de translucencia nucal y el especialista se detuvo mucho en el corazón del bebé. Por su cara, Julieta y Claudio supieron que algo no andaba bien. Los derivó a un cardiólogo fetal. La ansiedad por saber si el bebé que esperaba sería nene o nena quedó aplastada por una preocupación: qué le sucedía a su corazón. “Lo único que pensaba es ‘que esté bien’, ‘que nazca sano’”.

Llegó la consulta con el especialista que luego de otros estudios diagnosticaron que el bebé tenía una cardiopatía congénita. “Nos explicó que su corazón no se lograba formar bien. No era algo hereditario, simplemente nos tocó”, rememora Julieta y la angustia vuelve.  

El embarazo pasó a ser considerado de alto riesgo. Las ecografías mostraban que la aorta del corazón del bebé seguía pequeña y la sangre no circulaba. Con una punción se evaluó la posibilidad de una operación intrauterina que finalmente se descartó. Después de consultas e interconsultas los médicos le dijeron que cuando el bebé naciera lo operarían tres veces: al nacer, a los tres meses y por último, al cumplir dos años.

Ante este panorama, Julieta transitó su embarazo primero con negación. Después llegaron la tristeza, la angustia y el miedo. Pero en un momento “hice un click “me dije ‘ya está’ no tengo que seguir transmitiéndole al bebé mi angustia y miedo. Logré ponerme una coraza para no sufrir. Y las patadas que me daba el bebé me demostraban que tenía una fuerza increíble”, rememora.

En la semana 31 sintió algunos dolores en su vientre a lo que se sumó  una pequeña pérdida de sangre. Quedó internada, pensó que serían unos días pero se prolongó hasta el parto. Para peor era tiempo de pandemia y Carlos y Eva solo tenían permiso para visitarla día de por medio.

En la semana 36 empezaron las contracciones. La médica le anunció “prepárate que el bebé va a nacer”. La experiencia en su segunda cesárea no fue como la primera. “Todo fue para el olvido, yo corría riesgo, él corría riesgo. Todo era inquietante”. 

Theo nació a las 18.35. Apenas lo apoyaron en su pecho, su cabecita cayó y se puso de color azul. Un grupo de médicos corrió a reanimarlo y otro la asistía. Le explicaron que tuvieron que intubar a su bebé y que lo llevarían a neonatología. Antes le permitieron tocarle la mano mientras estaba en la incubadora.

Esa noche a Theo le hicieron un cateterismo y al día siguiente lo operaron. “Agarré a todos los santos y estuve ocho horas diciendo ‘Dios dejá a mi bebé conmigo”. Todo salió bien. “Eso lo vivimos cinco veces. Theo tiene cinco cirugías en total. Iban a ser solo tres pero hubo algunas piedritas en el camino”.

El pequeño mostró una fortaleza gigante. Superó todas las cirugías. La primera al nacer y la segunda a los quince días. Volver a la casa sin Theo era complejo. Eva preguntaba por su hermano y había que explicarle lo que sucedía, además de tranquilizarla. 

Después de la segunda cirugía tuvieron que realizar una reconstrucción toráxica. Fue la tercera cirugía. Un mes y medio después de su nacimiento llegó otro momento complejo. Seguía intubado y decidieron extubarlo. “Debía respirar solo y sin ayuda, teníamos mucho miedo”. Pero Theo volvió a lograrlo. Comenzó a respirar por sí solo y sumó otro triunfo: tomar la leche con mamadera. A los dos meses de su nacimiento les dieron la mejor noticia: se van a casa.

La felicidad se mezcló con los miedos por sus rutinas médicas. Poco a poco se organizaron, disfrutaron del bebé y a los seis meses volvieron por una nueva cirugía de corazón. Hoy es un nene activo, que ama jugar a la pelota. Sus papás saben que por las características de su corazón no podrá ser un deportista de alto rendimiento pero sí disfrutar del fútbol con amigos. 

Hoy su mamá lo describe como un nene que se levanta contento y es muy mimado. Su hermana es su gran compañera. “Se pelea, la muerde, la corre por toda la casa, le tira los juguetes, la vuelve loca, pero ella tiene adoración por él”, cuenta orgullosa

Cuando le preguntamos qué es para ella ser mamá, nos contestó sin dudar: “Para mí es lo más lindo que hay. Desgastante pero las cosas que uno siente por un hijo no se siente por nadie. Es único.”

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