En el año 2005 a Sabrina Gómez Aramburu le diagnosticaron esclerosis múltiple. No solo logró convivir con la enfermedad, también alcanzó uno de sus mayores deseos: ser mamá.

A veces un día vale el precio casi casi que de una vida entera. Algo de eso experimentó Sabrina Gómez Aramburu en el 2005. Estaba en su trabajo, realizaba sus tareas habituales cuando sintió que se le dormía la cara, que hablaba con dificultad. Se retiró y preocupada se realizó una resonancia magnética que mostró tres lesiones cerebrales. El diagnóstico se sintió como una trompada del destino: Esclerosis múltiple, una enfermedad que provoca la pérdida de minerales del cuerpo y provoca desde dificultades en lo motriz hasta una disminución total de la movilidad, de la dicción y la visión. “Es una enfermedad que de a poco te va consumiendo de acuerdo a cómo la vayas tratando”, nos explica Sabrina.

Ante semejante diagnóstico la reacción de Sabrina fue una mezcla de sabiduría y coraje. “Lo tomé como todo en la vida. Me dije ‘es algo que me tocó, lo tengo que aceptar y continuar’”. Al día siguiente del diagnóstico comenzó con el tratamiento. Además de seguir las indicaciones médicas decidió también continuar en lo posible con su vida. Comenzó a estudiar Programación Neurolingüística, una disciplina que pretende ayudar a mejorar las comunicaciones y la conducta a través del análisis del lenguaje y la forma en que vemos el mundo a través de los sentidos. “Empecé a tratar de entender un poco más el cuerpo para en situaciones de estrés saber cómo reaccionar. La Esclerosos Múltiple te hace pensar en una manera diferente sobre cómo continuar”.

En esta manera diferente de seguir viviendo, Sabrina tomó una decisión que desde el afuera se percibía tan valiente como complicada: ser mamá. Su cuerpo recibía una droga constante que debía suspender. Tuvo que dejar la medicación para poder empezar a buscar el embarazo. “Me dio mucho miedo, pero creo que los valientes escriben la historia, entonces no lo dudé”.

Después de tanto dolor, la vida decidió regalarle una sonrisa gigante. A los tres días de buscar el embarazo, lo logró. Recuerda que la gestación fue un tiempo al que define como mágico. “Todas las afecciones que trae la esclerosis desaparecieron durante el embarazo”. Así llegó Valentino “un gordito perfecto” y “lo mejor que me pasó en la vida”.

A 17 años del diagnóstico de esclerosis, cada vez que Sabrina cuenta su condición ve que a la gente se le transforma la cara y la miran con una mezcla de pena y solidaridad. “Lo entiendo porque es la reacción normal a situaciones con un diagnóstico sin una solución médica”, reflexiona y agrega “Hoy la esclerosis múltiple es parte de nuestras vidas. Me hice su amiga y esa creo que es la mejor manera de transformarla”. Sabrina sabe que esta “amistad” no implica descuido por eso mantiene a rajatabla los cuidados y precauciones que sus médicos le indican pero aprendió a vivir con ella.

Sabrina se siente una mujer plena que no duda en decir que sí que se puede seguir adelante. “Un diagnóstico es solo un diagnóstico. No hay que quedarse esperando sentados una solución porque nadie te vendrá a tocar la puerta para dártela sino que está en vos mismo”. Por eso asegura que el mejor remedio es “una sonrisa porque no solamente cura a uno mismo sino que transforma al resto”. Y para comprobarlo está esa sonrisa enorme, gigante y casi infinita que cada mañana se regalan ella y Valentino.

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