Cynthia es mamá de Nico, Jesús y Sofi. Sus hijos llegaron a través de la adopción y de la forma biológica. Con ellos y Pablo, su marido formaron una familia que “se elige todos los días”.
Cuando Cynthia era adolescente, como la mayoría de los adolescentes, no imaginaba qué le depararía el futuro. No sabía dónde viviría o trabajaría ni de quién se enamoraría. Pero sí tenía dos certezas: quería ser mamá y deseaba adoptar.
Pasó el tiempo pero no el deseo. El amor de pareja llegó con Pablo. Se conocieron por un amigo en común y al tiempo se fueron a vivir juntos. “En una de nuestras charlas le dije que para mí no había diferencia entre que un hijo crezca en el útero o crezca en el corazón”. Pablo primero la miró extrañado pero con el tiempo acompañó su deseo, conversaron con distintas personas, investigaron y se animaron.
En el año 2013 comenzaron los trámites. Luego de algunas entrevistas, a fines de marzo de 2014, quedaron inscriptos en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, listos para que los llamaran.
No habían pasado dos meses que recibieron la mejor noticia, los habían elegido para que conocieran a Nico y Jesús, dos hermanos que en ese momento tenían ocho y nueve años. “En este imaginario que dice que ‘se tarda mucho’ jamás pensamos que nos convocarían tan rápido. Fue un shock. Sentía que el corazón se me salía del pecho”.
El primer encuentro con sus hijos fue en el hogar donde vivían los chicos. Compartieron el desayuno, dibujaron, conversaron, se rieron. Y entonces el milagro o la felicidad se transformó en instante cuando uno de ellos dejó de dibujar para decirle al otro: “Mirá, ya somos una familia”. “Fue el primer momento mágico del encuentro. Comenzamos la vinculación porque ellos también tenían que elegirnos. Eran dos niños que querían ser felices y amados y se dejaban amar”, se emociona Cynthia.
Eran una familia pero había que empezar a organizarla. Hubo que salir a buscar camas, armar dormitorio, comprar ropa e iniciar la adaptación. Para los chicos era todo nuevo pero no solo los objetos o el lugar “también eran papás nuevos, tíos y primos nuevos”. Para acompañar el proceso fue necesario recurrir a los afectos, pero también buscar profesionales que acompañaran este camino dejar de ser pareja para ser familia, dejar de crecer en un hogar de tránsito para vivir en un hogar con una mamá y un papá. “La vinculación dura toda la vida. Es el día de hoy que seguimos eligiendo ser sus papás y ellos nuestros hijos. Seguimos conociéndonos porque vamos cambiando, creciendo”, reflexiona.
La adaptación fue un “torbellino de emociones”. Cynthia rememora la vez que descubrió que sus hijos guardaban objetos bajo la almohada en vez de usar los armarios. Comprendió que habían adquirido ese hábito porque, al haber pasado por diferentes instituciones, era la manera que descubrieron para preservar sus tesoros. “Comenzaron los tiras y aflojes como cualquier papá con niños de esa edad. Además teníamos que descubrirnos en este nuevo rol”.
Uno de los inconvenientes que tuvieron que afrontar es que la ley argentina no contempla la licencia por paternidad adoptiva. Los chicos llegaron a la casa y al otro día tanto Cynthia como Pablo se vieron obligados a retomar la rutina laboral. Ante la revolución que es la llegada de un hijo, ellos sumaron que eran papás por partida doble y sin la posibilidad de contar con un tiempo propio para organizar rutinas mínimas como, por ejemplo, cómo compaginar horarios laborales con los escolares. Abuelos, tíos y amigos tendieron las manos que se necesitaban.
No había manuales de instrucciones para ser papás pero sí sobraban las ganas de ser familia. Lo comprobaron ese primer Día del Niño cuando tíos, primos y amigos se aparecieron por la casa con dos bicicletas relucientes, cascos nuevos y abrazos gigantes para compartir con los chicos.
La familia se consolidó, el tiempo pasó y en 2018 una prueba de embarazo le confirmó a Cynthia que llegaba un bebé. Comenzaron las dudas. “¿Cómo se los decimos a los chicos? ¿Lo tomarán bien?” se preguntaban. Cuando les contaron la noticia la respuesta solo fue un abrazo gigante. Llegó Sofía e inmediatamente se convirtió en el gran amor de sus hermanos. “La relación que tienen los tres es hermosa. Cada uno con su personalidad tienen un amor desbordante por su hermana. Se pelean y defienden como cualquier hermano”.
Hoy Cynthia asegura sin dudar que “Para mí ser mamá es lo más fuerte. Cuando los veo son tan maravillosos los tres que hasta me cuesta creer que soy merecedora de los hijos que tengo. Es maravilloso ser mamá. Es lo que siempre soñé”.
Pese a los miedos que pueden sentir algunas parejas o frente a los prejuicios que puede haber con la adopción de chicos grandes, Cynthia contagia su maternidad y anima a animarse. “Puedo asegurar que la situación de entrar al hogar y ver a Nico y Jesús y la situación de cuando sacaron a Sofi de mi panza y me la trajeron fue exactamente igual. El día que fui a ver a mis hijos me sentía tan movilizada como el día que atravesé la cesárea de urgencia con Sofía”.
No se siente una heroína ni un ejemplo. “Lo que me motiva a contar mi historia es acompañar a alguna persona a que se anime y tal vez diga ‘me voy a inscribir’ porque la escuché a esta piba y se puede. O quizá diga ‘realizo un tratamiento más de fertilidad porque tal vez se puede’. Eso no significa no aceptar que a veces no se puede pero sí que debemos luchar por los sueños”. Cynthia sabe que no existen las familias perfectas ni las familias soñadas, pero sí las familias como la de ella. Una donde el amor es tan fuerte que la realidad resulta mejor que el mejor de los sueños.