Una pareja cordobesa comparte cómo afrontaron el diagnóstico de Hernia de Bochdalek de su bebé y qué aprendizajes le dejó esta experiencia.
Eliana y José organizaban su boda, pero en medio de los preparativos una noticia modificó sus planes. Un test casero les confirmó que lo que planeaban para el futuro se transformaba en presente: Eliana estaba embarazada. Las lágrimas de alegría pero también de sorpresa se mezclaron con un abrazo infinito.
Luego del cimbronazo fueron a realizar la primera ecografía. La vida quería seguir sorprendiéndolos y lo hizo. Las imágenes mostraban dos bolsas. El embarazo era de mellizos. Eliana solo atinó a decir “son dos” mientras tomaba la mano de José que por un momento había quedado “ciego, sordo, mudo”. Para ellos comenzaba un camino distinto. Con dos bebés en camino dejaban de ser pareja para convertirse en familia. El futuro seguía desconocido pero se intuía maravilloso.
Al tiempo fueron a la ecografía de control y la expectativa chocó de frente contra la realidad. El médico les dijo que uno de los bebés tenía Hernia de Bochdalek, una patología congénita que se origina entre la semana 8 y 10 de la vida fetal intrauterina y se produce cuando el diafragma en el bebé no termina de formarse. Es una enfermedad rara que afecta solo a 3 de cada diez mil recién nacidos pero con un diagnóstico demoledor: solo un veinte por ciento de probabilidades de vida. Ante este panorama Eliana y José solo se hacían una pregunta ¿cómo hacemos para salvarlo?
La respuesta era compleja. Ni en Río Cuarto la ciudad donde vivían ni en Córdoba capital estaban las instituciones adecuadas o los profesionales preparados para realizar esa cirugía compleja y a un recién nacido. A su angustia de padres se sumó una lucha titánica contra la burocracia de la obra social. Trámites, llamados, pedidos y más trámites. Finalmente pudieron viajar a Buenos Aires.
Así llegó el día del parto. “Primero salió Ignacio. Fueron veinte segundos que lo vi y se lo llevaron rápido. Al minuto estaba intubado y sedado”, revive Eliana. “Fueron momentos muy duros. Tenía mangueras y cables por todos lados. Parecía que el tiempo no pasaba nunca”, recuerda José.
Ignacio no llegó solo, a los minutos vino Valentín. Mientras Ignacio le peleaba a la vida, el destino le daba a Ignacio una bienvenida más sencilla. En ese ying yang que a veces es la vida, Eliana se sentía dividida. Estaba feliz con Valen pero muy angustiada por Ignacio.
Los días eran una mezcla de dolor y alegría, de miedo y confianza. Al quinto día les anunciaron que operarían a Ignacio. La intervención fue compleja, pero Igna demostró que era un verdadero guerrero. La atravesó y comenzó a recuperarse con éxito. Al mes sus papás recibieron la mejor noticia: el alta médica.
Aliviados, en Río Cuarto fueron acomodándose a esa nueva vida con dos bebés. Ignacio debía seguir con los controles rutinarios. Todo parecía ir bien pero otra vez el destino decidió meter una zancadilla. Un estudio demostró que se había abierto de vuelta la hernia. “No dudamos un minuto, al otro día ya estábamos viajando de nuevo”, comparte Eliana.
Otra vez al quirófano, otra vez el miedo y también la confianza peleando por ganar. La cirugía duró cuatro horas. Ignacio volvió a mostrar su condición de guerrero. En una semana se recuperó, algo que asombró a todos los médicos.
Volvieron a Río Cuarto. Hoy los cuatro están felices. Los bebés crecen sanos y contentos. “Es fabuloso verlos crecer. No lo cambio por nada en el mundo”, afirma José y Eliana sigue “poder ayudarlos a formarse como personas es maravilloso”.
Luego de lo vivido, Eliana y José decidieron compartir su experiencia. Armaron una página de Instagram que se llama hernia.diafragmática.congénita para contar lo que atravesaron. “La idea de esto es poder informar y ayudar a otra gente que no baje los brazos” explica José y agrega “que luchen hasta último momento porque estos bebés es impresionante la fuerza y las ganas de vivir que tienen. Son unos guerreros totales”. La sonrisa de Ignacio lo confirma.
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