Roxana Cravero es la mamá de Borja, pero antes de disfrutar de su bebé vivió una dura experiencia que comparte con nosotros.

De sus 28 años, hace diez que Roxana Cravero vive en Buenos Aires, pero todavía conserva esa maravillosa tonada cordobesa que trae de su tierra natal y la remite a sus afectos. Con Mariano, su esposo se conocieron en un boliche. Ella lo vio y pensó “este hombre será el padre de mis hijos”. Salieron un tiempo, se distanciaron, se reencontraron y decidieron vivir juntos. Los dos tenían claro que eran pareja pero querían ser familia. Al año de convivir empezaron a buscar un bebé. 

Comenzó la búsqueda por el camino que la mayoría de las mujeres transitan. Consulta médica, preparar el cuerpo, tomar ácido fólico. Pero el embarazo se hizo desear, Roxana veía que algunas de sus amigas lo habían conseguido apenas lo intentaron, pero el de ella tardaba. Sin embargo, el deseo de ser familia no solo no se detenía sino que se concretaba en acciones. Con Mariano se mudaron del departamento a una casa con cuarto propio para ese bebé que todavía no llegaba pero llegaría. Eligieron una propiedad con una plaza cerca y hasta se fijaron la oferta de colegios en la zona.

Al año y medio de buscar el embarazo, un test casero dio positivo. “Fue un shock, nos despertábamos diciéndonos: ‘estamos embarazados, vamos a ser padres’”. Llegó el turno de la primera ecografía, por la pandemia, entró sola al consultorio pero con Mariano esperándola del otro lado de la puerta. El ecógrafo le permitió escuchar ese corazón que latía dentro suyo. “Lloré mucho, no podía creerlo. Me parecía mágico”.

Esperaron dos semanas para contarlo a la familia. Roxana recuerda que le escribió a su mamá una tarjeta donde le anunciaba “la mejor mamá del mundo fue ascendida a abuela”. 

Al tercer mes llegó la ecografía que se llama TN. “En esa ecografía supe que el embrión ya no tenía latido. Escuchar eso es algo para lo que nadie está preparado. Iba con intención de que me dijeran si era nena o varón y me dijeron eso”. 

Fue Roxana la que tuvo que comunicarle la triste noticia a su pareja. “Fue muy duro. Ya teníamos el nombre elegido, cómo le íbamos a armar la habitación. Era pandemia y habíamos puesto toda la energía en ese embarazo. Era nuestra esperanza en ese encierro”, recuerda Roxana y cuenta que “Hicimos un duelo silencioso”. 

Sus amigos y familiares le escribían, pero sin saber cómo contenerla o ayudarla. Le decían que ya vendría otro embarazo. “Yo pensaba que otro embarazo reemplazaría a ese embarazo ni a ese bebé. Es algo que no se me va a borrar. Para muchos no era un bebé era un embrión. Dicen que el 20% de los embarazos primerizos se pierden, pero para mí era mi bebé. Nunca me lo voy a olvidar porque existió y porque guardo las ecografías que dicen que tenía otro corazón dentro mío”.

Pese al dolor que sentían, Roxana asegura que esa pérdida la unió mucho más con su pareja. “Nos dimos cuenta que realmente deseábamos ese bebé, ese hijo, ser familia. Hicimos lo que pudimos para contener al otro”. 

Dejaron pasar el tiempo para encarar otra búsqueda. “Vivíamos en una casa grande pensada para nuestros hijos, estaba vacía y se sentía ese vacío”, rememora. Volvieron a intentarlo, hicieron todo lo que estaba a su alcance para minimizar los riesgos, pero otra vez el embarazo  tardaba en llegar. Se realizaron distintos estudios que no mostraron ni patologías ni problemas. Una médica les dijo que podría ser “infertilidad sin causa”. Se pusieron un plazo: si para diciembre no llegaba el embarazo de forma natural iniciarían un tratamiento. 

Antes de esa fecha, Roxana y Mariano decidieron dar un paso muy importante en su relación.  Darían el sí en una boda civil en el mes de noviembre. En medio de los preparativos, Roxana notó que tenía un atraso en su ciclo, se hizo un test casero que dio positivo. Fue otro shock. “Ya me estaba dando por vencida”.

Ese segundo embarazo fue tan deseado como el primero. Roxana lo recuerda como un tiempo hermoso pero también con mucho temor. En cada ecografía a la que iba preguntaba si se escuchaban los latidos. “El miedo siempre estuvo, me tocaba la panza todo el día”. Sin embargo, el dolor por la pérdida anterior lo ayudó a transitar este tiempo de modo diferente. Se propuso disfrutar cada día. En vez de pensar qué cuna o cochecito compraría se centró en el presente. Disfrutó la panza, se informó, se ponía música. Aceptó los regalos de ropita que le hacían sus amigos pero ella no compró nada hasta la semana 38. No quería adelantarse. 

Borja nació en la semana 39 por parto natural. “Lo pusieron en mi pecho, él levantó la cabecita. Lo miró a Mariano, me miró a mí y ahí me olvidé de todo”, recuerda Roxana que afirma que “La vida con él es mucho más feliz. Él se despierta todos los días, nos mira y sonríe es un bebé muy feliz”.

Roxana hoy disfruta su presente sin olvidar su pasado, “El nuevo embarazo no reemplazó el anterior. Siempre me quedaré con las ganas de haberlo podido conocer”. Sabiendo que muchas parejas transitan una experiencia similar desde lo que ella vivió señala: “Para las personas que pasaron por una pérdida, me parece que hay que hablarlo, hay que sacar ese dolor para afuera. Es algo que cuesta, cuesta decirlo. Pero no se debe hacer de cuenta que nunca existió porque creo que lo que más duele”. Con Borja en brazos, Roxana sabe que no hay que rendirse “aunque la búsqueda lleve, un mes, dos meses o diez años, si realmente es un deseo, vale la pena”. Por eso, nos dice sin dudar que “Para mí ser mamá es lo mejor que me pasó en la vida, compartir mi vida y mi amor, para que el día de mañana sea una persona de bien y una persona feliz. Es la experiencia más linda que me trocó transitar en mi vida”.

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