Junto a su pareja afrontaron un diagnóstico adverso. Hoy su hija Amaia les demuestra que “no todos tendremos los mismos finales, pero sí la tranquilidad de que se recorrió el camino como se lo debía recorrer”.
Micaela está en pareja con Julián y es mamá de Maia que cumplió veinte meses. Viven en Chivilcoy. En el año 2012, con quince años y luego de presentar varios síntomas, le diagnosticaron endometriosis. En esta afección el tejido endometrial crece fuera del útero y genera quistes en diferentes órganos.
“La médica que me trataba me dijo que la endometriosis significaba no ser madre”, recuerda Micaela. Era una quinceañera cuando decidió que ese diagnóstico no la marcaría. Ella deseaba ser mamá y lo sería.
El primer paso fue comenzar a realizar interconsultas. Fue a cinco especialistas. “Tenés que realizarte una cirugía”, “si sos mamá la dolencia desaparece” fueron algunas de las sentencias que escuchó. Micaela sabía que ser mamá adolescente no era ni viable ni lo que deseaba. “Quería tener un hijo, pero no a esa edad ni con ese diagnóstico ni bajo esa situación”.
Sintió soledad, angustia y miedo. Solo escuchaba opiniones negativas, pero eligió no rendirse. Tuvo una cirugía donde le diagnosticaron la enfermedad en su grado mayor y comenzó un tratamiento que consistía en detener la menstruación para que la enfermedad no siguiera avanzando. Desde los quince años y hasta que nació su hija nunca menstruó. Sin embargo, y a pesar de que estuviera controlada por la medicación, la enfermedad siguió avanzando.
Pasaron cuatro años, los dolores seguían y Micaela conoció a un médico al que llama su ángel de la guarda. El especialista le sugirió una nueva cirugía. “Acepté. Necesitaba una mejor calidad de vida”, recuerda. Tuvo la intervención, le confirmaron el diagnóstico de su endometriosis y arrancó un nuevo tratamiento con medicación oral.
Fue entonces que llegó la pandemia y el mundo se detuvo. Para ese tiempo “ya estaba en pareja con Julián y le había comentado mis deseos de ser madre”. Julián ya era papá, pero la alentó y apoyó en ese deseo. “Le dije vamos a intentarlo, vas a ver que se puede”, comparte. Le presentó un amigo especialista en psiconeuroinmunología, quien les sugirió un cambio de alimentación, actividad física, incorporación de algunos nutrientes. “Eso hizo que ella se sintiera mejor y esa unión de cuerpo mente alma logró que empezara a pensar cosas positivas”, afirma.
Cuando las restricciones disminuyeron ambos decidieron viajar a Salta para visitar el santuario de la Virgen del Cerro. “El 27 de marzo del 2021 le dejé una carta con mi deseo de ser mamá”, dice Micaela. Julián cuenta con una sonrisa que “yo también escribí un deseo y era que se cumpla el de ella”.
Meses más tarde, Mica volvió a experimentar fuertes dolores y consultó con su médico que pidió un nuevo y específico estudio. Con los resultados en mano le diagnosticó adenomiosis que es “endometriosis dentro del útero, con un panorama muy desalentador para el momento de la maternidad”.
Ante el nuevo panorama surgieron nuevas dudas. Si estaba haciendo un tratamiento hacía casi diez años, si se había sometido a intervenciones con cirujanos ginecológicos cómo podía ser que la enfermedad siguiera avanzando. “Mi médico me planteó que con la edad que tenía -28 años- si quería ser mamá era el momento de empezar la búsqueda porque después la posibilidad era congelar óvulos y todo se complejizaría más”.
Con Julián decidieron emprender ese camino y a los dos meses llegó la gran noticia: estaba embarazada. “Micaela, esto es un milagro”. Esa fue la respuesta de su médico cuando lo supo. “Desde los 14 años tenía el chip que no podía ser mamá, entonces le plantee diferentes chances de análisis para asegurarme que estaba gestando”.
Micaela inició el camino de la gestación con muchos miedos. “La enfermedad estaba y precisaba un embarazo controlado”, recuerda. La fecha para el parto era marzo, mes de la lucha contra la endometriosis. El 26 se hacía una marcha y decidió participar. Caminó junto a su médico y al otro día nació su beba “la misma fecha en la que le dejé la carta a la Virgen del Cerro el año anterior”.
El nombre que Micaela elegiría para su hija sería Amaia. La explicación es sencilla: “Se me cruzó sin saber su sexo y meses más tarde alguien me explicó que significaba ‘hija largamente deseada’ y me terminó de cerrar todo. Los meses, la conexión con el doctor. Amaia tenía que nacer y ser nuestra hija”.
Con su hija en brazos, Micaela rememora que “fueron muchos años donde muy poca gente entendía que un dolor de panza me tuviera tirada en una cama. Entré a mi fiesta de 15 años con inyecciones que me habían dado producto de los dolores. Por eso desde que nació Amaia siempre intento dar mensajes de aliento, de que se puede. Hoy puedo contar esta historia”.
Para ella la clave es “no quedarse, recorrer médicos hasta encontrar a alguien que lo mirás a los ojos y sabés ‘acá es’. Yo entrego mi confianza, voy a hacer las cosas bien, pero vos dame la tranquilidad de tu conocimiento y que me estás cuidando”.
Mica sigue con tratamiento “la enfermedad está, pero la estamos controlando. Hoy creo que mi historia puede apoyar a muchas mujeres que están con este diagnóstico y no saben qué rumbo tomar”. Por experiencia sabe que “el camino no es ese no rotundo inicial, sino otro donde vas a atravesar un montón de situaciones y resultados no gratos con momentos donde estás tranquila”.
Su historia es un reflejo de que no debemos resignarnos, que quien busca, encuentra.“No todos tendremos los mismos finales, pero sí la tranquilidad de que se recorrió el camino cono se lo debía recorrer. No es un camino fácil, pero sí es posible”.