Ana Van Gelderen es periodista y colabora con diversos medios. Cuando no escribe notas o busca entrevistados disfruta y mucho de una de sus personas favoritas en el mundo: Helena, su fantástica ahijada.

Helena, mi primera sobrina y ahijada, nació el 7 de febrero de 2017. Su llegada fue una sorpresa que no solo alteró el curso de la vida de sus padres, sino que además alteró el de los míos, el mío y el de mi hermana. Helena llegó cuando yo estaba hace tiempo en edad de tener hijos o sobrinos, pero sin que nadie la planeara. Llegó de sorpresa y me invitó a descubrir un vínculo inédito. “¿Querés ser la madrina de Helena?”, me propusieron mi hermano y mi cuñada una mañana, en la cocina del departamento que alquilaban en Palermo. Hacía un par de días habían dejado el sanatorio, con la beba en brazos. Y la madrina de Helena podía ser yo, pero también podía ser alguna otra de las tantas mujeres que forman parte de la vida de sus papás. Que me hayan elegido es un honor.

Porque de eso se trata, creo. De ser alguien que está ahí para secundar, acompañar y ayudar a los papás del ahijado en la bonita tarea de cuidar a un niño. Por algo la palabra ahijado tiene mucho de hijo y madrina tiene mucho de madre. Claro que, en la práctica, maternar es cuidar, criar y educar, mientras que las madrinas –así como los abuelos– zafamos de esas obligaciones de la crianza que tienen más que ver con poner límites. Las madrinas estamos para malcriar

A Helena siempre le gustó decir que soy su madrina, que yo diga que es mi ahijada, y que vayamos por la vida revoleando este título que nos une. Y a mi siempre me gustó proponerle programas de madrina y ahijada. Programas especiales, que se repiten, como para que vayamos teniendo nuestros bares, nuestros juegos, nuestras caminatas, nuestros micro hábitos de madrina y ahijada. 

Cuando yo era chica, mi padrino Alan, que además era mi tío, me llevaba a tomar helados a una casa cerca de la de mis abuelos, en Tigre. Me regaló un libro del Soldadito de Plomo cuando tuve sarampión. Y me trajo una remera rosa de Buzios. Mi madrina, Carolina, que tenía solo 12 años cuando asumió el rol y era una prima menor de mi papá, fue siempre fue una persona canchera que me hacía sentir importante. Viajó a Europa cuando terminó el colegio y me trajo unos lápices Caran D’ Ache que todavía guardo. Sin todo ese amor que yo recibí de mis padrinos, no sé si hoy sería la madrina que soy para Helena.

Me gusta que Helena se sienta especial. Que sepa que lo que tenemos es una fiesta tanto para ella, como para mí. Que su llegada fue la sorpresa más maravillosa que nos podía pasar –a mi y a mi familia–. Que es una niña tierna, original, amorosa y empática. “¿Nos sacamos una selfie?”, me dijo alguna vez, sentadas en la mesa de un restaurante bonito. No es que ella quisiera la foto, pero sabía que yo siempre le pido selfies, y se anticipó para darme el gusto. Mientras tanto, a mí me hace feliz mi versión como madrina de Helena. Y aunque tiene 4 años y no sé cuánto se acordará mañana de lo que hacemos hoy, sí tengo la certeza de que su corazón y su psiquis son una esponja que todo lo absorbe. Lo que le cuento, lo que hago por ella, lo que nos pasa juntas ya es parte de ella. Sé que sabe que lo nuestro es para siempre. 

Podés seguir a Ana www.instagram.com/anavangelderenj/

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