La playa es uno de los destinos que eligen la mayoría de las familias, pero qué pasa si nuestro bebé le tiene miedo a las olas.

“La primera vez que fui a la playa con mi hijo él había cumplido 14 meses. Feliz, lo alcé y me metí en el agua corriendo. Fue un error terrible. Porque si bien no había peligro y estaba en mis brazos, la inmensidad del mar, las olas lo asustaron. Empezó a llorar con mucha angustia. Los días siguientes nos acercábamos a la orilla y lloraba. Poco a poco se le fue el susto, pero reconozco que me dejé llevar por mi entusiasmo y no me di cuenta del temor que le podía generar a él”, relata José María Torres, bancario y papá de Juan Francisco. Su experiencia muestra algo que a veces los adultos perdemos de vista. El mar es inmenso y puede pasar que el bebé o un niño pequeño se asuste al descubrir por primera vez esa masa gigante de agua que parece no terminar nunca. “El miedo al agua, como muchos otros miedos de la infancia es un temor a lo desconocido”, explica María Julia Fava, psicopedagoga y docente adscripta de la cátedra Psicología de la Personalidad de la Universidad de Morón, “a veces ocurre por una mala experiencia previa, por alguna inseguridad física o por motivos imaginarios”.

Ante el temor al mar, Fava señala que “es importante agudizar la paciencia para respetar el tiempo de cada nene y la observación para ver cómo reacciona y qué desea”. Esto no implica evitar la situación sino enfrentarla con distintas estrategias. Si se evita seguramente lo que se logrará es que ese miedo en el momento se posponga, pero con el tiempo se mantendrá e incluso puede agudizarse. Tendríamos una solución momentánea del problema pero a largo plazo, el miedo se afianzaría.

Para evitar que un miedo momentáneo se transforme en permanente, lo mejor es que el bebé poco a poco se vaya familiarizando con el mar. Para eso lo recomendable es que el primer contacto sea en forma de juego. Mojar los pies en la orilla, tomar un poco con sus manos, hacer un pequeño pozo. Siempre con el adulto a su lado y con palabras que explican todo. Se puede incorporar alguna melodía o canción que el niño asocie con alegría. Un clásico es el “Al agua pato, pato,
sin los zapatos, patos Al agua pato, pato, y al agua pez”

Otra buena estrategia es si hay hermanos mayores o primos, que el bebé los vea jugando en el mar y divirtiéndose. Así lo percibirá como un espacio lúdico y no como algo temible.

Los primeros acercamientos siempre deben ser graduales. Hacerlo en forma súbita y brusca puede aumentar su miedo. No hay que forzarlo ni obligarlo. Algunos chicos ven el mar y es “amor a primera vista” pero otros, no. Obligarlo a meterse al agua, reprenderlo o decirle frases despectivas lo único que lograrán es que aumente su hostilidad o temor con el mar. Habrá que armarse de paciencia e ir poco a poco arrimándolo a ese mar que se percibe tan infinito. Luego de unos días, seguramente  se hará “amigo” del agua y ese vínculo jamás se romperá.

El mar
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!

Eduardo Galeano


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