Martín González es periodista en TN y Canal 13, también es docente en la UAI y sobre todo es el papá de Vicente. Cuando su hijo nació escribió esta carta que comparte con nosotros.
Ya está, por fin logré que te duermas. Media hora pasé caminando cargándote en mis brazos, y ahora estás ahí en tu cuna, con esa cara de paz con la que dormís desde que llegaste. La conozco de memoria, ¿sabés? Las primeras dos noches de tu vida dormiste en mis brazos, y no hice más que mirarte. No podía creer que hubieras llegado. Desde ese momento entendí que el tiempo había cambiado para siempre. El reloj ahora es el reloj de lo que vos sientas, de lo que vos necesites. Esas noches las horas pasaron sin que me diera cuenta. Todo lo que rompía la quietud del cuarto era el ruidito del aire pasando por tu nariz.
Vas a escuchar muchas veces historias como estas. Todos los papás del mundo te van a contar que no podían dejar de mirar a sus hijos cuando llegaron; creéles Vicente, porque es verdad. En ese momento no sentí miedo, ni angustia, ni preocupación. Tu paz me llenaba de paz a mí, y lo hace ahora también. No te creas que es fácil. A veces me ganás, y querés seguir dando vueltas cuando yo quiero dormir. Cuando necesito dormir. O te despertás a la madrugada. O los brazos y la cintura no me dan más de cargarte, como ahora, como hace cinco minutos cuando te cantaba y te paseaba por toda la casa y no lograba que te durmieras. Pero siempre pasa. Y te va a pasar a vos, dentro de muchos años. Y entonces vas a entender.
Mirá, desde que llegaste yo aprendí a entender a mi viejo también. Muchas veces me pregunté cómo había aguantado las ganas de acogotarme cuando era un pibe y le rayaba el auto, o me plantaba y lo desafiaba, y le decía que no entendía nada. Ya llegará el día en que vos me mires a mí y me digas que soy un viejo, que vos ya estás grande, que soy yo ahora el que no entiendo nada. Pero hoy sé que mi papá lo aguantó porque nunca dejó de verme como yo te veo a vos ahora, en este momento. Porque verte reír es la cosa más linda del mundo. Porque me mirás pícaro cuando te digo que no tenés que abrir los cajones o tocar la computadora. Me mirás pícaro porque entendés. Y te hacés el distraído, porque desafiarme es más divertido que hacerme caso. Y ahora sé que lo vas a seguir haciendo esto siempre. Pero vos entendés. Me entendés. Y yo puedo verme en las cosas que hacés, en las palabras que estás aprendiendo a formar.
Dijiste “papá” a los once meses más o menos, no habías cumplido un año. Y fue hermoso, no voy a mentirte. Pero cuando tenías catorce meses me dijiste “papi”. Lo escribo y siento cosquillas en las manos. Papi. Y no pude evitar llorar. No puedo evitarlo ahora. Ese día entendí que eras mío. Mío para toda la vida. Y recordé a un amigo que hace muchos años me dijo “el día en que sos papá te das cuenta de que podés amar a alguien más que a vos. Hasta ese momento solamente te querés a vos” ¿Querés que te diga una cosa? Era verdad lo que me decía mi amigo. Todo lo que pase en mi vida, cualquier problema que aparezca, se acaba, se agota en vos.
A veces da miedo, ¿sabés? Siempre recuerdo el día en que naciste. Tu mamá ya estaba en el quirófano y los médicos me llevaron a una sala para que me ponga ropa para poder entrar, y tardaban en venir a buscarme. Y la espera me angustiaba, y no dejaba de pensar que todo lo que me importaba en el mundo estaba a unos pasos de ese lugar en el que estaba encerrado, y no podía hacer nada para cuidarte. Ahora tampoco puedo. Tengo la fantasía de que puedo, pero la verdad es que te seguís cayendo igual, te llevás todo a la boca, y no me alcanzan los ojos para ver la cantidad de macanas que te mandás. Cuando crezcas serán otras macanas, y tampoco voy a poder evitar que sufras. Da miedo, ¿sabés? Pero es una responsabilidad tan linda que se juntan fuerzas de cualquier lado, y uno se acostumbra a vivir atento para estar cerca tuyo y evitar que te rompas la cabeza cuando te trepás a la cajonera. Siempre va a ser así. Siempre voy a estar a tu lado para evitar que te rompas la cabeza. Y si te la rompes, ahًí voy a estar también. Estás repleto de palabras ya, aunque seas chiquito. Ya sabés cuál es el tutú de papá, dónde está la luna, que el perro se llama babau y el gato miau miau. Y hace un minuto, antes de dormirte, me miraste y con los párpados a punto de caerse volviste a decirme papi mientras me sonreías. Eso es todo lo que necesito. Porque para el dolor en la espalda hay aspirinas. Pero para el corazón, solamente necesito escucharte decir “papi”.

Podés seguir a Martín en su IG: www.instagram.com/gonzalez.martineduardo